El 3 de noviembre de 1995 explotó la fábrica militar de armamentos de Río Tercero dejando siete muertos y una ciudad destruida. En esa época, Natalia jugaba a ser periodista y cargaba una cámara a todos lados. Tenía doce años y sin saberlo, grabó uno de los episodios más nefastos de los 90 menemistas. Vivía a 300 metros del lugar y su cámara también filmó los días posteriores al estallido. El mismo día de la tragedia, Carlos Menem visitó la ciudad junto al entonces gobernador de Córdoba Ramón Mestre. Llegó riendo y se mantuvo así, casi toda la (improvisada) conferencia de prensa y solo se puso serio cuando contestó: “Le estoy diciendo que no, descártelo totalmente, es un accidente… Se trata de un accidente y no un atentado. Ustedes tienen la obligación de difundir esta palabra”; a lo que Mestre agrega: “Descarto totalmente la posibilidad de que se trate de un atentado. Esto ha sido un lamentable accidente y hay que entenderlo de esa manera”.

El documental está construido a partir de filmaciones caseras e imágenes de noticieros. Los primeros doce minutos de película parecen una presentación familiar cualquiera. Niños que juegan a ser reporteros, postales cordobesas y una familia típica argentina. Luego, el horror: tristísimas imágenes del lugar iguales a una guerra. Un hombre corriendo desesperado, unos perros huyendo de los ruidos, gente abrazada, mucho humo, un misil militar tirado en una vereda, una señora escapando con su bebe en brazos repitiendo: “mi marido no está”. Llantos y dolor, todo es un espanto.

Más de 20 mil proyectiles cayeron sobre la ciudad, al costado de la ruta se veía el hongo, en la radio nombraban a los muertos y una periodista decía que si la bomba caía sobre un tanque químico el desastre hubiera sido mayor. El gobierno mandó dinero, pero no todos cobraron a tiempo. El film muestra cosas que los billetes no pueden reparar.
Lo interesante de “Esquirlas” pasa por lo que no se ve, es decir, nos hace reflexionar sobre el tráfico de armas a Ecuador y Croacia, la corrupción en los años noventa y sobre todo, cómo las imágenes de horror en los Balcanes están conectadas con Argentina. Todo esto (sin caer en el facilismo de un noticiero) desde la mirada de una niña.
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